sábado, 23 de octubre de 2021

Abuela Lechuza

 Glaucopis, el de los ojos terribles, llamó a Buddhita, su mensajero pequeño, que era una emanación del Buddha.

  • Llámala- le dijo con la mente.

  • Le estuvimos hablando en sueños...- contestó Buddhita

  • Los pactos fueron firmados antes. Cada uno debe cumplir su parte. Nada de esto es negociable.

Mientras Glaucopis miraba el horizonte anaranjado desde su Partenón en las nubes, casi sin abrir los ojos, con una actitud serena y apaciguada, Buddhita desapareció.


Kalika, la oscura, había nacido blanca esta vez. Transitó por la sombra hasta que su luz la partió en dos, y desde ese día el portal del mundo espiritual no se pudo cerrar.

No se podía y tampoco quería. Tras una vida de golpes había descubierto algunas cosas, pocas en comparación con lo que debía tener en cuenta que podía llegar a pasarle el día que tuvo lugar esta historia.


Kalika, la negra, que esta vez había nacido blanca, había sido rota  por el Señor Oscuro, que enfurecido, la fracturó desde dentro, y así desde el cuerpo de Kalika comenzó a manar luz. Ahora entendía porque su piel era blanca, porque su interior era sombra, porque a veces podía proyectar el campo de batalla en la tierra, aquel en el que se había perdido una, y otra, y otra vez; para quebrarse en luz nuevamente.


Kalika, la noche hecha mujer, que había nacido blanca en esta oportunidad, todavía se devoraba a sí misma desde dentro, aunque nadie la veía desde afuera. Sólo se podía advertir su aspecto vulgar pero magnético. Estaba más preparada que antes, pero no tanto como me gustaría relatar en este relato, cuando Buddhita se paró en su ventana.


  • A la Divina Shakti que vive dentro de ti es a quién le hablo. 

Kalika miró asombrada la figura diminuta de Buddhita de pie en el marco de su ventana. Irradiaba un halo verde y cristalino. No podía cerrar la boca por el asombro, esto asustó a Buddhita, porque su boca no era precisamente la de una Princesa Hada.


  • Señora, si me va a comer ¡hágalo ahora!

  • ¿Qué? ¡no! ¿por qué lo haría?

Ahí, Buddhita entendió que en los tiempos mundanos, la consciencia tiene vericuetos que desdibujan a los humanos, como si hubieran perdido masa encefálica por la nariz.

Se aclaró la garganta y respirando todo el aire que había en ese agujero de ratas en el que Kalika estaba viviendo, la redujo a partículas de energía, que guardó en un frasco y llevó hasta Glaucopis.


A veces es mejor no explicarles tantas cosas a los humanos, porque Kalika, que era tremebunda, pero en esta vida había encarnado con piel blanca, le hubiera hecho demasiadas preguntas solo para revolcarse en el placer que le producía a su ego devorar la sabiduría. 


Kalika, la que guardaba la noche bajo su piel clara, llegó confundida hacia un paraje entre las nubes. Buddhita, como buen mensajero, y habiendo cumplido su tarea, desapareció.

Delante de sus ojos, además de una luz que le calaba los huesos, atravesándola de manera decidida confundiendo su ego, observó un trono gigantesco de algo que parecía mármol. No conocía el mármol en realidad, pero hubiera dicho que se veía así. Cada centímetro de ese trono estaba labrado con el más fino detalle.  


De pronto, sin entender cómo, visualizó la figura de una Lechuza gigantesca. Una lechuza Tyto. Su KaliMaa interior, despertó llenándole los ojos de lágrimas. No entendía lo que pasaba pero sentía una emoción muy fuerte por reencontrarse con ese ser desconocido para su mente, pero que hacía vibrar su piel de manera familiar.


Glaucopis, de los ojos terribles, habló sin pronunciar palabra, ni abrir demasiado los ojos.


  • Si, me recuerdas… Necesito que despiertes a este evento, Maha Shakti.

Kalika estaba recibiendo el mensaje a través de su cuerpo, de su mente, de sus sentir, pero no de una forma que un humano puede explicar.


  • Todas las experiencias y lecciones anteriores, incluso luego de haberte roto en luz, fueron una preparación para este día. Llegó el día en que Shukla, la luz se manifieste ante ti. Debo advertirte que una vez que mires sus ojos, no podrás volver a observar el mundo de la misma manera. Una vez que su boca susurre sus secretos, no podrás escuchar nada más. Una vez que su tacto te alcance, hasta la brisa suave se sentirá fuerte.


Glaucopis, de los ojos verdaderos, entonces los abrió, enormes y redondos, como faroles y espejos al mismo tiempo, reflejaron la verdadera identidad de Kalika, y esta se desmayó.



Cuando Kalika, que ahora veía su piel marcada con símbolos oscuros, pero tenía la piel blanca, se despertó, estaba en su madriguera, donde Ganesha la miraba haciéndole recordar un extraño sueño con una lechuza gigante.


Salió a la puerta del edificio en ruinas donde vivía. Y se sentó a esperar que se acomodaran sus ideas. Mientras las hadas jugaban con su pelo, y los duendes le tiraban los pantalones; Lugh, como un sol negro, apareció sonriente. Sus ojos se achinaron como si su propia luz lo cegara.


Kalika, que ahora estaba mezclada, lo miró con desconfianza. Pero como si el tiempo fuera agua, se le comenzó a escurrir por todas las grietas de esa escena perfectamente imperfecta, y cuando levantó la cabeza para respirar se dió cuenta que Lugh le estaba hablando con los ojos. Que la veía con sus manos. Que la sentía con sus labios. Y entonces, todo tuvo sentido. Y nada podía explicarse. Porque lo único que necesitaba saber era que estaba en donde tenía que estar. Que no había una manera de precisar un entrenamiento para lo que estaba sucediendo, pero que todo en su vida la había guiado hasta ese momento. 


Ese era el evento, el día que el sol y la luna se volvieron a encontrar en forma de humanos, después de tantos eones, y profecías, y cuentos, y relatos de todo el mundo. Lo estaban haciendo en secreto. Un secreto guardado por las sábanas de los sabios más sabios, y que incluso habian encriptado para sí mismos, para que nadie más lo supiera. Para que fuera el momento más humano, y menos esperado.

Entonces, una lechuza atravesó el cielo, a la luz de la luna. El mensaje fue entregado. Los dioses estaban a salvo. Y el Universo conspiraba para ellos. Desde un secreto guardado a plena luz, ellos se despojaron del resto, y fueron un solo latido. 


domingo, 10 de octubre de 2021

Anima y Animus

Ella aguardaba tensa con frío en las extremidades y un nudo marinero en el estómago. Si la veían desde afuera parecía como si estuviese cortando su propia circulación en un intento inconsciente de autoflagelo.

El frío la iba tomando desde los extremos, y su corazón latía con intensidad. No iba rápido, pero iba fuerte. Fuerte y constante. Combatiendo el frío, como un taladro, empujándolo. Era la lucha entre ella y su propio corazón. Requechos de un alma suicida.


No se entendía, miraba sus manos y no las podía reconocer. Lo único que pensaba era que había respirado y ahora en su cuerpo latía un afluente de energía que la desafiaba. No era desconocido, pero no era propio. 


Para cuando llegó al baño la transformación estaba atravesando su rostro, sus ojos se nublaron unos segundos, y un escalofrío le recorrió el cuerpo. Se estaba muriendo.

Se cristalizó en el lugar, tomó un color blanquecino. Se entregó completamente a Yama, el Señor de la Muerte, cagada de miedo. 


Moksha, la liberación.


Cuando la integración finalizó, la piel vieja empezó a romperse, como un papel film que la envolvía. De las cicatrices se desplegaron dos alas. 


Cuando abrió los ojos Animus la estaba mirando, escondiendo sus ojos infinitos detrás de un gesto que no se esforzaba en disimular. Recordaba lo que estaba viendo porque lo había visto en mil vidas. La había perseguido y encontrado mil vidas antes, incluso mil vidas después, pero todavía no es momento de abrir esa puerta.


Cada instante del renacimiento que se materializaba se hacía inverosímil e imposible de relatar. Tampoco se puede describir, está prohibido. Es un secreto, de los que se cuentan debajo de las sábanas de las estrellas, debajo de los mantos de ilusión, de los velos de Maya. Esos secretos se cuentan entre el amrita, la ambrosía, y nubes; en una dimensión que parece el cielo pero está en la tierra. Es una dimensión a la que todos pueden acudir, pero sólo llegan los valientes, los que se desnudan de personalidad y se observan en silencio, contemplando la paz del Atman, ser eterno. Recordandose con gratitud, resucitando en el Paramatma, el alma suprema, y dejando que ésta se exprese a través de las capas, Jivatman, las capas de ilusión, de estrellas, de gatos, y de secretos que se pronuncian en lenguas en las que sólo se comunica el Gran Espíritu, Wakan Tanka.


Cuando Anima salió en su nueva forma, atendiendo el impulso que le despertaba la presencia de Animus, lo tocó y descubrió que se estaba tocando a sí misma. La piel que revestía a Anima era la piel de Animus. Animus besó a Anima, y se besó a sí mismo. No se pronunció el lenguaje secreto, pero Anima saliendo de su ilusión y despertando entendió que Animus la estaba esperando. Se veían a si mismos a través de los ojos del otro. Se miraron en silencio, con respeto. Anima batió sus alas y las nubes al rededor se corrieron abriendo un camino que empezó a crearse a medida que caminaban. No hicieron preguntas, aunque si las tenian, las dudas se disipaban como las nubes abriéndoles el camino. Caminaron como uno, caminaron como dos. No importa, son eternos. Parecía que el camino les agradecía a ellos por crearlo. No existe nada antes, ni existe nada después. Anima y Animus se trenzaron como el ADN, como la Kundalini, infinitos, llenos del otro. Sin prisa, sin pausa, sin miedo.


viernes, 8 de octubre de 2021

Las mañanas llega (demasiado) rápido

Tenía mucho sueño. Me desperté una hora después. Sentía el cuerpo lleno de luz, no tenía preparación física para manejarlo, necesitaba dormir más. Soñé. Soñé que me decían, “esto también lo tenes que compartir”. Yo les decía que sí, pero sintiendo que no. Recién lo descubría y ya querían que lo comparta. No, no quiero. Pero dije que sí, yo sabía que si. Después me tiraba en un colchón en el piso, en un lugar alto, todo blanco. Yo estaba tirada en un colchón en el piso rodeada de ropa y paquetes de comida vacía. No solamente había tenido que compartir algo que no quería, sino que había tenido que verlo. Mi hermano se agachaba a mirarme; se paraba y me tiraba de una pierna. “Esto es así, se comparte”.


Me volví a despertar. Necesitaba hacer eterno ese momento. Tenía una puntada en el centro del pecho, y un nudo en la garganta. Tenía luz en el pecho y no podía utilizar el lenguaje correctamente para expresar nada de lo que pasaba. Había leído muchos libros para poder hacerlo, pero de la teoría a la práctica hay un abismo. 

Mi piel tenía olas, la energía fluía como el mar calmo. Tenía luz y cosas lindas. También tenía hambre. Mire hacia los lados y de golpe me di cuenta que estaba en una habitación de una casa, que no entendía nada de lo que pasaba pero había sido testigo. Quizás había visto y sentido tanto como yo; quizás además de testigo, era cómplice. 


Estaba por todos lados. La energía de golpe se había metido por todos los rincones de la habitación, olía diferente, sus colores eran diferentes; y yo seguía sin poder expresar, sintiendo fuerte. Por primera vez, desde que había comprado esa cama la ví respirar. Si abría la ventana se iba a seguir expandiendo. Mientras observaba impresionada y confundida, volvía a mi el apego, los cuestionamientos conscientes. Podríamos abrir una carpeta especialmente para hablar la cantidad de apegos de diferentes tipos que se me ocurría endilgarme por ese sentimiento egoísta de querer guardarme todo eso para mi sola. Al final soy una nena, lo primero que pensé fue en que quería disfrutar todo eso, lo quería para mi, lo segundo que no era personal. 


No es solamente para vos cuando genera todo eso. 


El calor se estaba retirando de mi cuerpo. Las micro crisis que atravesas hasta que aceptas que lo mejor que les puede pasar a todos es respirarse, y llenarse de la maravilla de lo impronunciable, pero no es eterno. Quiero vivir como Indiana Jones, quiero vestirme con las bermudas caqui y zambullirme en los misterios de las mil lenguas a las que se podía traducir todo lo que se dice sin hablar. Quizás me hubiera gustado no ver tanto, ahora lo quiero todo. Lo quiero, con toda mi humanidad, y lo amo con mi supraconciencia. Es tanto que no puede ser solo para mi, en realidad necesito que no lo sea, porque ni en tres vidas podría arrancarme todo el despertar que experimenté y que quedó impregnado, respirando y acariciando mi cuerpo, y el mundo que me rodeaba. Toda esa energía crea mundos nuevos. Necesitamos más de eso. Podría sacrificarme por el grupo.