sábado, 23 de octubre de 2021

Abuela Lechuza

 Glaucopis, el de los ojos terribles, llamó a Buddhita, su mensajero pequeño, que era una emanación del Buddha.

  • Llámala- le dijo con la mente.

  • Le estuvimos hablando en sueños...- contestó Buddhita

  • Los pactos fueron firmados antes. Cada uno debe cumplir su parte. Nada de esto es negociable.

Mientras Glaucopis miraba el horizonte anaranjado desde su Partenón en las nubes, casi sin abrir los ojos, con una actitud serena y apaciguada, Buddhita desapareció.


Kalika, la oscura, había nacido blanca esta vez. Transitó por la sombra hasta que su luz la partió en dos, y desde ese día el portal del mundo espiritual no se pudo cerrar.

No se podía y tampoco quería. Tras una vida de golpes había descubierto algunas cosas, pocas en comparación con lo que debía tener en cuenta que podía llegar a pasarle el día que tuvo lugar esta historia.


Kalika, la negra, que esta vez había nacido blanca, había sido rota  por el Señor Oscuro, que enfurecido, la fracturó desde dentro, y así desde el cuerpo de Kalika comenzó a manar luz. Ahora entendía porque su piel era blanca, porque su interior era sombra, porque a veces podía proyectar el campo de batalla en la tierra, aquel en el que se había perdido una, y otra, y otra vez; para quebrarse en luz nuevamente.


Kalika, la noche hecha mujer, que había nacido blanca en esta oportunidad, todavía se devoraba a sí misma desde dentro, aunque nadie la veía desde afuera. Sólo se podía advertir su aspecto vulgar pero magnético. Estaba más preparada que antes, pero no tanto como me gustaría relatar en este relato, cuando Buddhita se paró en su ventana.


  • A la Divina Shakti que vive dentro de ti es a quién le hablo. 

Kalika miró asombrada la figura diminuta de Buddhita de pie en el marco de su ventana. Irradiaba un halo verde y cristalino. No podía cerrar la boca por el asombro, esto asustó a Buddhita, porque su boca no era precisamente la de una Princesa Hada.


  • Señora, si me va a comer ¡hágalo ahora!

  • ¿Qué? ¡no! ¿por qué lo haría?

Ahí, Buddhita entendió que en los tiempos mundanos, la consciencia tiene vericuetos que desdibujan a los humanos, como si hubieran perdido masa encefálica por la nariz.

Se aclaró la garganta y respirando todo el aire que había en ese agujero de ratas en el que Kalika estaba viviendo, la redujo a partículas de energía, que guardó en un frasco y llevó hasta Glaucopis.


A veces es mejor no explicarles tantas cosas a los humanos, porque Kalika, que era tremebunda, pero en esta vida había encarnado con piel blanca, le hubiera hecho demasiadas preguntas solo para revolcarse en el placer que le producía a su ego devorar la sabiduría. 


Kalika, la que guardaba la noche bajo su piel clara, llegó confundida hacia un paraje entre las nubes. Buddhita, como buen mensajero, y habiendo cumplido su tarea, desapareció.

Delante de sus ojos, además de una luz que le calaba los huesos, atravesándola de manera decidida confundiendo su ego, observó un trono gigantesco de algo que parecía mármol. No conocía el mármol en realidad, pero hubiera dicho que se veía así. Cada centímetro de ese trono estaba labrado con el más fino detalle.  


De pronto, sin entender cómo, visualizó la figura de una Lechuza gigantesca. Una lechuza Tyto. Su KaliMaa interior, despertó llenándole los ojos de lágrimas. No entendía lo que pasaba pero sentía una emoción muy fuerte por reencontrarse con ese ser desconocido para su mente, pero que hacía vibrar su piel de manera familiar.


Glaucopis, de los ojos terribles, habló sin pronunciar palabra, ni abrir demasiado los ojos.


  • Si, me recuerdas… Necesito que despiertes a este evento, Maha Shakti.

Kalika estaba recibiendo el mensaje a través de su cuerpo, de su mente, de sus sentir, pero no de una forma que un humano puede explicar.


  • Todas las experiencias y lecciones anteriores, incluso luego de haberte roto en luz, fueron una preparación para este día. Llegó el día en que Shukla, la luz se manifieste ante ti. Debo advertirte que una vez que mires sus ojos, no podrás volver a observar el mundo de la misma manera. Una vez que su boca susurre sus secretos, no podrás escuchar nada más. Una vez que su tacto te alcance, hasta la brisa suave se sentirá fuerte.


Glaucopis, de los ojos verdaderos, entonces los abrió, enormes y redondos, como faroles y espejos al mismo tiempo, reflejaron la verdadera identidad de Kalika, y esta se desmayó.



Cuando Kalika, que ahora veía su piel marcada con símbolos oscuros, pero tenía la piel blanca, se despertó, estaba en su madriguera, donde Ganesha la miraba haciéndole recordar un extraño sueño con una lechuza gigante.


Salió a la puerta del edificio en ruinas donde vivía. Y se sentó a esperar que se acomodaran sus ideas. Mientras las hadas jugaban con su pelo, y los duendes le tiraban los pantalones; Lugh, como un sol negro, apareció sonriente. Sus ojos se achinaron como si su propia luz lo cegara.


Kalika, que ahora estaba mezclada, lo miró con desconfianza. Pero como si el tiempo fuera agua, se le comenzó a escurrir por todas las grietas de esa escena perfectamente imperfecta, y cuando levantó la cabeza para respirar se dió cuenta que Lugh le estaba hablando con los ojos. Que la veía con sus manos. Que la sentía con sus labios. Y entonces, todo tuvo sentido. Y nada podía explicarse. Porque lo único que necesitaba saber era que estaba en donde tenía que estar. Que no había una manera de precisar un entrenamiento para lo que estaba sucediendo, pero que todo en su vida la había guiado hasta ese momento. 


Ese era el evento, el día que el sol y la luna se volvieron a encontrar en forma de humanos, después de tantos eones, y profecías, y cuentos, y relatos de todo el mundo. Lo estaban haciendo en secreto. Un secreto guardado por las sábanas de los sabios más sabios, y que incluso habian encriptado para sí mismos, para que nadie más lo supiera. Para que fuera el momento más humano, y menos esperado.

Entonces, una lechuza atravesó el cielo, a la luz de la luna. El mensaje fue entregado. Los dioses estaban a salvo. Y el Universo conspiraba para ellos. Desde un secreto guardado a plena luz, ellos se despojaron del resto, y fueron un solo latido. 


domingo, 10 de octubre de 2021

Anima y Animus

Ella aguardaba tensa con frío en las extremidades y un nudo marinero en el estómago. Si la veían desde afuera parecía como si estuviese cortando su propia circulación en un intento inconsciente de autoflagelo.

El frío la iba tomando desde los extremos, y su corazón latía con intensidad. No iba rápido, pero iba fuerte. Fuerte y constante. Combatiendo el frío, como un taladro, empujándolo. Era la lucha entre ella y su propio corazón. Requechos de un alma suicida.


No se entendía, miraba sus manos y no las podía reconocer. Lo único que pensaba era que había respirado y ahora en su cuerpo latía un afluente de energía que la desafiaba. No era desconocido, pero no era propio. 


Para cuando llegó al baño la transformación estaba atravesando su rostro, sus ojos se nublaron unos segundos, y un escalofrío le recorrió el cuerpo. Se estaba muriendo.

Se cristalizó en el lugar, tomó un color blanquecino. Se entregó completamente a Yama, el Señor de la Muerte, cagada de miedo. 


Moksha, la liberación.


Cuando la integración finalizó, la piel vieja empezó a romperse, como un papel film que la envolvía. De las cicatrices se desplegaron dos alas. 


Cuando abrió los ojos Animus la estaba mirando, escondiendo sus ojos infinitos detrás de un gesto que no se esforzaba en disimular. Recordaba lo que estaba viendo porque lo había visto en mil vidas. La había perseguido y encontrado mil vidas antes, incluso mil vidas después, pero todavía no es momento de abrir esa puerta.


Cada instante del renacimiento que se materializaba se hacía inverosímil e imposible de relatar. Tampoco se puede describir, está prohibido. Es un secreto, de los que se cuentan debajo de las sábanas de las estrellas, debajo de los mantos de ilusión, de los velos de Maya. Esos secretos se cuentan entre el amrita, la ambrosía, y nubes; en una dimensión que parece el cielo pero está en la tierra. Es una dimensión a la que todos pueden acudir, pero sólo llegan los valientes, los que se desnudan de personalidad y se observan en silencio, contemplando la paz del Atman, ser eterno. Recordandose con gratitud, resucitando en el Paramatma, el alma suprema, y dejando que ésta se exprese a través de las capas, Jivatman, las capas de ilusión, de estrellas, de gatos, y de secretos que se pronuncian en lenguas en las que sólo se comunica el Gran Espíritu, Wakan Tanka.


Cuando Anima salió en su nueva forma, atendiendo el impulso que le despertaba la presencia de Animus, lo tocó y descubrió que se estaba tocando a sí misma. La piel que revestía a Anima era la piel de Animus. Animus besó a Anima, y se besó a sí mismo. No se pronunció el lenguaje secreto, pero Anima saliendo de su ilusión y despertando entendió que Animus la estaba esperando. Se veían a si mismos a través de los ojos del otro. Se miraron en silencio, con respeto. Anima batió sus alas y las nubes al rededor se corrieron abriendo un camino que empezó a crearse a medida que caminaban. No hicieron preguntas, aunque si las tenian, las dudas se disipaban como las nubes abriéndoles el camino. Caminaron como uno, caminaron como dos. No importa, son eternos. Parecía que el camino les agradecía a ellos por crearlo. No existe nada antes, ni existe nada después. Anima y Animus se trenzaron como el ADN, como la Kundalini, infinitos, llenos del otro. Sin prisa, sin pausa, sin miedo.


viernes, 8 de octubre de 2021

Las mañanas llega (demasiado) rápido

Tenía mucho sueño. Me desperté una hora después. Sentía el cuerpo lleno de luz, no tenía preparación física para manejarlo, necesitaba dormir más. Soñé. Soñé que me decían, “esto también lo tenes que compartir”. Yo les decía que sí, pero sintiendo que no. Recién lo descubría y ya querían que lo comparta. No, no quiero. Pero dije que sí, yo sabía que si. Después me tiraba en un colchón en el piso, en un lugar alto, todo blanco. Yo estaba tirada en un colchón en el piso rodeada de ropa y paquetes de comida vacía. No solamente había tenido que compartir algo que no quería, sino que había tenido que verlo. Mi hermano se agachaba a mirarme; se paraba y me tiraba de una pierna. “Esto es así, se comparte”.


Me volví a despertar. Necesitaba hacer eterno ese momento. Tenía una puntada en el centro del pecho, y un nudo en la garganta. Tenía luz en el pecho y no podía utilizar el lenguaje correctamente para expresar nada de lo que pasaba. Había leído muchos libros para poder hacerlo, pero de la teoría a la práctica hay un abismo. 

Mi piel tenía olas, la energía fluía como el mar calmo. Tenía luz y cosas lindas. También tenía hambre. Mire hacia los lados y de golpe me di cuenta que estaba en una habitación de una casa, que no entendía nada de lo que pasaba pero había sido testigo. Quizás había visto y sentido tanto como yo; quizás además de testigo, era cómplice. 


Estaba por todos lados. La energía de golpe se había metido por todos los rincones de la habitación, olía diferente, sus colores eran diferentes; y yo seguía sin poder expresar, sintiendo fuerte. Por primera vez, desde que había comprado esa cama la ví respirar. Si abría la ventana se iba a seguir expandiendo. Mientras observaba impresionada y confundida, volvía a mi el apego, los cuestionamientos conscientes. Podríamos abrir una carpeta especialmente para hablar la cantidad de apegos de diferentes tipos que se me ocurría endilgarme por ese sentimiento egoísta de querer guardarme todo eso para mi sola. Al final soy una nena, lo primero que pensé fue en que quería disfrutar todo eso, lo quería para mi, lo segundo que no era personal. 


No es solamente para vos cuando genera todo eso. 


El calor se estaba retirando de mi cuerpo. Las micro crisis que atravesas hasta que aceptas que lo mejor que les puede pasar a todos es respirarse, y llenarse de la maravilla de lo impronunciable, pero no es eterno. Quiero vivir como Indiana Jones, quiero vestirme con las bermudas caqui y zambullirme en los misterios de las mil lenguas a las que se podía traducir todo lo que se dice sin hablar. Quizás me hubiera gustado no ver tanto, ahora lo quiero todo. Lo quiero, con toda mi humanidad, y lo amo con mi supraconciencia. Es tanto que no puede ser solo para mi, en realidad necesito que no lo sea, porque ni en tres vidas podría arrancarme todo el despertar que experimenté y que quedó impregnado, respirando y acariciando mi cuerpo, y el mundo que me rodeaba. Toda esa energía crea mundos nuevos. Necesitamos más de eso. Podría sacrificarme por el grupo.


miércoles, 18 de agosto de 2021

Helado de Telgopor



Cuando llegamos a cierto momento de la vida no nos podemos enamorar más. Es como si te dieran una cuponera con una cantidad de enamoraciones y una vez que se terminaron tenes que convivir con eso. No te enamoras más.

Así fui por la vida, yendo a heladerías que prometen un helado precioso en la foto, pero que en el centro tiene telgopor; y cuando llegaba chupar el telgopor todo se ponía gris, aburrido, dejaba de escuchar con claridad y sólo sentía sonidos sin palabras, gordos y distorsionados.

Sólo sonreía si se reían, y fingia prestar atención, mientras comenzaba un operativo adentro mío para buscar urgente una manera de abrazarme el alma tan fuerte como para evitar volver a sentir ese telgopor que me hacía interferencia en la cabeza y me llegaba a poner de mal humor más de una vez. Más de una vez me hizo llorar también, pero como me confundía, lloraba por los motivos equivocados.

La verdad, lloraba porque no me podía enamorar más, porque en realidad no quería que se enamoraran de mí, pero sí podía distinguir con claridad que ese telgopor también ansiaba sentir que estaba en la tierra de las oportunidades, y que si esperaba lo suficiente le iban a dar el chocolate más rico de la historia. O la gomita más ácida y dulce. O un merengue con mermelada. O una sopa inglesa.

Y, conforme pasaban los días, desistía de los intentos masoquistas de ser el budín de pan que le gustaba al telgopor. Me disculpaba conmigo misma, compraba algunas golosinas para sacar el mal gusto, de haberme prostituido fingiendo ser un budín de pan con pasas de uva y caramelo quemado. Así concluí en que ya no soy una nena, que “enamorarse” está sobrevalorado. No puedo fingir ser budín de pan si me siento Sopa Inglesa.

“No quiero dejar que sigas chupando telgopor y quedándote sorda, ¿sabes? no hace falta”. ¿Qué pasa con el telgopor? Que actitud horrible, por cierto, asumir telgoporidades ajenas, porque todos somos un poco telgopor a veces, sobre todo cuando nos hacemos los budines de pan.

Quizás la próxima vez no tenga que llegar hasta el telgopor... quizás debería intentar no ser un telgopor. Me voy a invitar a salir. Esta vez quiero ser mi helado favorito.

Mi helado favorito no sabe a telgopor, no sabe a nada fuera de lo común, sabe a lo que me gusta a mi, y cuando lo estoy comiendo no me importa que otros sientan el placer de mis papilas gustativas, porque es solo mío, es un placer para mi. Quiero ser mi helado favorito, y no quiero mas cupones. Qué felicidad, qué cómodo, que perfecto. Qué perfecto es salir de jogging, despeinada, sin depilarme, sin bañarme, sin juzgarme, millonaria, absoluta, yendo a buscar ese helado que me merezco, que quiero, que ya estoy saboreando.

Hay juventud enamorada, costumbristas, los cupones vuelan por el aire en la heladería. Mientras me voy acercando al mostrador, con las manos en los bolsillos, el rodete derritiéndose en mi cabeza, y las medias encima del pantalón, veo telgopores sarpados de parafernalia, y no me siento telgopor. Soy una sopa inglesa que se va a comer un helado.

Con el helado en la mano, me siento a saborear la victoria, vestida de gris, simulando un telgopor por fuera, sintiendo el sabor de ese triunfo que tiene mil colores. Sambayón en un cucurucho, nada más, nada menos. Sin culpa.

El banco perdió el equilibrio de golpe. Mis cincuenta kilos de lástima quedaron en el aire, como en un sube y baja. Miré para abajo con recelo.

Atravesó la heladería pisando los cupones sin mirar, concentrado en lo suyo, y se sentó a mi lado, a comer su helado. Me cayó bien.

Me dejé deslizar hasta pegarme a su lado, él levantó el brazo y me abrazó. Comimos nuestro helado en paz. Nada era especial, nos vimos sin mirarnos.




Enamorarse no está sobrevalorado, es un privilegio para los valientes.

jueves, 12 de agosto de 2021

Los Maestros

 Anoche soñaba con ellos. Soñaba que tomaba sus  imágenes y decía, “ellos necesitan que yo pase su mensaje, que les preste la boca para que puedan hablar”. Todo era oscuro ahí, menos sus figuras que brillaban en reluciente claridad y nitidez. Podía ver sus cuerpos desnudos actuando, y transmitiendome el mensaje.


No pude volver a dormir, de todos modos ya era de mañana. Una vez me dijeron que los “mensajes importantes” llegan en la madrugada. No lo creo. Creo que ese mensaje es importante, y que es verdad, aunque fuera de día. 


Salí a la calle, y aunque nunca quiero cruzarme con nadie, y mucho menos saludar a nadie, ahí estaba una figura del pasado que abracé con alegría en mi corazón. Parecía un holograma de las cosas bonitas que atesoramos sobre el pasado, hablándome como hablaba yo en el sueño, arrojando luz sobre la oscuridad de la mañana clara. “La vida no está acá, andate”, me dijo.


Mi pecho se abrió cuando la abracé, seguía igual que siempre. Fue una mensajera, no me recomendó que me fuera a buscar un lugar mejor, me vaticinó el futuro.  ¿Cómo lo sé? no puedo revelar ciertas fuentes. Sólo voy a revelarles los mensajes que me sean permitidos.


El día pasó liviano, como el agua fresquita. Pensé que me iba a producir ansiedad, pero fue un delicioso día invernal, extrañamente luminoso.


Casi al final, si le abrí la puerta a la Ansiedad. Le dije que pase, que teníamos que hablar. Me interrogó.

  • ¿Qué quiere?

  • Actuar con sabiduría.

  • ¿Cuál es la sabiduría? ¿Hacer un poco lo que quiere usté y un poco lo que quiere el otro? ¿No hacer lo que quiere el otro? ¿No hacer lo que quiere usté por miedo a que sea un capricho? ¿Por qué no me dice dónde termina el recorrido de este tren y terminamos el asunto de una vez? así sabré si quiero subirme, bajarme o quedarme. 

  • El asunto no es si quedarme o irme… tampoco es leer el final del libro y descartarlo antes de saber por qué llegó hasta ahí...


Ansiedad palideció, y se le cayeron los bigotes.


  • Le digo más, el asunto real es que usté no es real.


Ansiedad fastidioso me miró con cara de indignado, ofendido.


  • Usté no es real porque en este tren no hay destino, y el final no es final. No hay un lugar al que llegar, en este libro y en este tren, creamos el camino por donde vamos. No hay un final escrito. Y ese… es un superpoder.


Ansiedad sintió náuseas, lloriqueó como un niño, y finalmente sintió un escalofrío que le recorrió el ser completo, y se transformó en El Logro.


Lo miré sorprendida. Era el mismo, pero había cambiado, como si fuera una campera reversible. Tenía una cuando iba al colegio.


El Logro, me miró con una cara que parecía añosa, pero se veía natural y joven al mismo tiempo. Tenía los ojos apenas abiertos, como un chino. No dijo nada, me habló con la mente.

“La fe no se enseña ni se aprende. No busques más.”


viernes, 18 de junio de 2021

Donde vive la Muerte

El invierno es como la muerte. A todos nos atrae porque nos fascina de una u otra manera, pero no todos llegan con los ojos abiertos hasta el umbral y deciden quedarse para pasarlo.


El invierno es drástico para mucha gente, sobre todo si lo vemos desde el inicio del Otoño. El otoño es la decadencia. Es el momento que sin querer queriendo te dice de forma poética que te vas a morir, que tenes canas, que te salieron patas de gallo, que tu tono muscular no es el mismo, que tus viejos están grandes, que tus compañeros animales se pueden ir, que ese ciclo se está cerrando, que no sos la misma, y que no va a volver nunca más todo eso que se está yendo.


Transite una de mis realidades más crudas en la inconsciencia muchos años, el apego. Odiaba el otoño, atentaba contra mi apego de manera despiadada. El filtro de color que propone el cielo en el cambio de estación ya me provocaba una reacción adversa. Además, ¿sabes qué más pasa en Otoño? Cumplo años, cierro un ciclo.


Sin saber que la vida me puso en el momento y lugar indicado para acompasarme con el ritmo del planeta que habito, lloraba, me enfermaba y sufría por el frío de lo que se va.


Me tomó una muerte y varias batallas comprender que todo lo que se iba en ese momento volvía en forma de fichas. Alquimia. La promesa de la vida después de la muerte es real. Siempre se vuelve, pero nunca igual.


Todavía recuerdo las micro muertes de los inviernos pasados, y sentir las lloviznas húmedas de mi Buenos Aires Querido penetrando gélidas hasta mis huesos, en un intento desesperado de recordarme que estaba viva y podía sentir. También recuerdo,y disfruto, la comida y las duchas calientes, el abrazo reconfortante de la cama, y los gatos acurrucados durmiendo pegados a mi. Y qué más vas a sentir sino Gratitud, si el invierno te acerca. El viento frío te dice que te despiertes, las manos heladas te recuerdan qué importante es el amor que te das.


Un invierno lejos de casa, entre narices lagrimeantes y manos resecas, una de las mil caras de la muerte me habló. Me dijo que me levante, que había que plantar. “Ya te moriste, ¿a qué le temes? si acá no están los fantasmas, dejá de convencerte de que es mi culpa. Me viniste a buscar, y te dejé entrar en mi casa. Te recibí con toda la hospitalidad que tiene la muerte para darte, que es verdad, y es sagrada, y es mucha. Sos tan valiente, que te atreviste, me viniste a buscar, y yo estaba ahí, siendo muerte, y vos estabas ahí, siendo vida, obsesionada conmigo, con echarme la culpa. Y decime, ahora que lo sabes, ¿de qué me podes culpar?”


La sombra se fue con las primeras luces (aunque débiles) de la mañana. Le di las gracias y me fui a plantar con los gatos. 


Sonny, el mayor, me miró a los ojos y los cerró despacio, apretando sus parpados delineados. Imaginé que me decía algo como “que bueno que dejaste que finalmente se llevara el dolor (porque me tenias cansado)”. Pepper, el jóven, me arrojó una mirada ligera, llena de vida, en el verde de sus ojos había un antídoto natural contra cualquier mal existente en la tierra. 


Ese día me hice bruja. Planté mis lunas, y crecí con la fuerza del sol, como este crece desde el primer día del invierno, hasta el último del verano. 


Y así me amigué con la muerte, y recibí mi iniciación en los misterios ancestrales del invierno.



- lo escribí y lo publique sin corregir nada. Genuino. Al menos para mi. Y escribo para mi.-


martes, 18 de abril de 2017

Paradójica Libertad

Pensé que eso podía sentirlo sólo leyendo. Esa admiración profunda, ese sentimiento de asombro favorito que es perseguido cuando se encuentra aquello que a uno lo deja sediento. Es la bocanada de aire que te vuelve a la vida cuando te despertas pensando que llegabas tarde al laburo un domingo y estás en tu cama, calentito durmiendo con el gato, que se sobresalta y te maulla porque lo despertaste.


Honestamente, no sabía que esto existía en la vida real. Pensé que había que vivir a sabiendas de que eso pertenecía a un imaginario idílico y que era o bien uno de los desafíos de la vida o una condición de los artistas románticos. Ahora todo lo que digas puede ser usado en tu contra. Pull the triger. La flecha fue lanzada, dijo.
Yo le hice una pregunta que respondí sola, el resto del día no preste mucha atención, tenía mucho miedo. Teñí mi mente de negro y mi cabello de azul; tuve miedo de que me encuentren. Tenía miedo de encontrarme, es sabido. Cuando uno tiene las respuestas antes que las preguntas el camino se invierte antes de continuar, y yo solo soy un ser humano. Hey, dame un break; necesito ir despacio. ¿Qué es ir despacio?
No sé.
Si que sé, ese es el problema.


Yo lance la flecha. Él lo hizo. En una distancia incalculable, dos flechas fueron lanzadas en la misma dirección el mismo día, lo ví.


El camino es largo, pero seguro. El camino. Eso es lo que nos abruma, caminar sabiendo que vas a llegar pero que si corres te queman los músculos de las piernas, transpiras, te agitas.
Querés llegar, es tu deseo. La flecha. No podes apurar el camino y, si apuras el paso te rompes; eh! ¡no te vas a romper antes de llegar!


Yo también lancé esa flecha. Paz artificial. La mente perversa ama hacerte pensar que, en una de esas, justo un bondi se lleva puesta la flecha.
La conciencia, que ha superado la mente, te expresa una reprimenda corta y sabia, el camino de las flechas no puede ser torcido, porque hay un sentimiento genuino.
Si no te calmas te perjudicas vos.


Ella: -no te olvides de mí.
Él: -obvio que no.

Se me ocurre pensar que mi corazón está en mi cabeza y mi cabeza en mi corazón.
Para meditar, te sugieren llevar tu atención al corazón si sos una persona más "sensible" o al entrecejo si sos una persona más "pensante". Un día entendí que no había diferencia entre una cosa y la otra, ¿cómo se puede ser menos sensible si se desarrolla un pensamiento consciente? No sé qué es un pensamiento consciente, igual. Mi cabeza es un caballo salvaje. Me gusta que sea así. Es libre, es como las flechas, atraviesan el tiempo de manera imprudente, pero sienten el viento de la libertad pegándole en el rostro, la adrenalina de lo desconocido.

“Hey, encontré la otra flecha!” dicen, “ ¡no puedo dejarla ir!”. Paradójica libertad.

[lo encontré en las cosas que dejé sin terminar y sólo hice un copy-paste, porque si, porque puedo]