viernes, 18 de junio de 2021

Donde vive la Muerte

El invierno es como la muerte. A todos nos atrae porque nos fascina de una u otra manera, pero no todos llegan con los ojos abiertos hasta el umbral y deciden quedarse para pasarlo.


El invierno es drástico para mucha gente, sobre todo si lo vemos desde el inicio del Otoño. El otoño es la decadencia. Es el momento que sin querer queriendo te dice de forma poética que te vas a morir, que tenes canas, que te salieron patas de gallo, que tu tono muscular no es el mismo, que tus viejos están grandes, que tus compañeros animales se pueden ir, que ese ciclo se está cerrando, que no sos la misma, y que no va a volver nunca más todo eso que se está yendo.


Transite una de mis realidades más crudas en la inconsciencia muchos años, el apego. Odiaba el otoño, atentaba contra mi apego de manera despiadada. El filtro de color que propone el cielo en el cambio de estación ya me provocaba una reacción adversa. Además, ¿sabes qué más pasa en Otoño? Cumplo años, cierro un ciclo.


Sin saber que la vida me puso en el momento y lugar indicado para acompasarme con el ritmo del planeta que habito, lloraba, me enfermaba y sufría por el frío de lo que se va.


Me tomó una muerte y varias batallas comprender que todo lo que se iba en ese momento volvía en forma de fichas. Alquimia. La promesa de la vida después de la muerte es real. Siempre se vuelve, pero nunca igual.


Todavía recuerdo las micro muertes de los inviernos pasados, y sentir las lloviznas húmedas de mi Buenos Aires Querido penetrando gélidas hasta mis huesos, en un intento desesperado de recordarme que estaba viva y podía sentir. También recuerdo,y disfruto, la comida y las duchas calientes, el abrazo reconfortante de la cama, y los gatos acurrucados durmiendo pegados a mi. Y qué más vas a sentir sino Gratitud, si el invierno te acerca. El viento frío te dice que te despiertes, las manos heladas te recuerdan qué importante es el amor que te das.


Un invierno lejos de casa, entre narices lagrimeantes y manos resecas, una de las mil caras de la muerte me habló. Me dijo que me levante, que había que plantar. “Ya te moriste, ¿a qué le temes? si acá no están los fantasmas, dejá de convencerte de que es mi culpa. Me viniste a buscar, y te dejé entrar en mi casa. Te recibí con toda la hospitalidad que tiene la muerte para darte, que es verdad, y es sagrada, y es mucha. Sos tan valiente, que te atreviste, me viniste a buscar, y yo estaba ahí, siendo muerte, y vos estabas ahí, siendo vida, obsesionada conmigo, con echarme la culpa. Y decime, ahora que lo sabes, ¿de qué me podes culpar?”


La sombra se fue con las primeras luces (aunque débiles) de la mañana. Le di las gracias y me fui a plantar con los gatos. 


Sonny, el mayor, me miró a los ojos y los cerró despacio, apretando sus parpados delineados. Imaginé que me decía algo como “que bueno que dejaste que finalmente se llevara el dolor (porque me tenias cansado)”. Pepper, el jóven, me arrojó una mirada ligera, llena de vida, en el verde de sus ojos había un antídoto natural contra cualquier mal existente en la tierra. 


Ese día me hice bruja. Planté mis lunas, y crecí con la fuerza del sol, como este crece desde el primer día del invierno, hasta el último del verano. 


Y así me amigué con la muerte, y recibí mi iniciación en los misterios ancestrales del invierno.



- lo escribí y lo publique sin corregir nada. Genuino. Al menos para mi. Y escribo para mi.-


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