domingo, 10 de octubre de 2021

Anima y Animus

Ella aguardaba tensa con frío en las extremidades y un nudo marinero en el estómago. Si la veían desde afuera parecía como si estuviese cortando su propia circulación en un intento inconsciente de autoflagelo.

El frío la iba tomando desde los extremos, y su corazón latía con intensidad. No iba rápido, pero iba fuerte. Fuerte y constante. Combatiendo el frío, como un taladro, empujándolo. Era la lucha entre ella y su propio corazón. Requechos de un alma suicida.


No se entendía, miraba sus manos y no las podía reconocer. Lo único que pensaba era que había respirado y ahora en su cuerpo latía un afluente de energía que la desafiaba. No era desconocido, pero no era propio. 


Para cuando llegó al baño la transformación estaba atravesando su rostro, sus ojos se nublaron unos segundos, y un escalofrío le recorrió el cuerpo. Se estaba muriendo.

Se cristalizó en el lugar, tomó un color blanquecino. Se entregó completamente a Yama, el Señor de la Muerte, cagada de miedo. 


Moksha, la liberación.


Cuando la integración finalizó, la piel vieja empezó a romperse, como un papel film que la envolvía. De las cicatrices se desplegaron dos alas. 


Cuando abrió los ojos Animus la estaba mirando, escondiendo sus ojos infinitos detrás de un gesto que no se esforzaba en disimular. Recordaba lo que estaba viendo porque lo había visto en mil vidas. La había perseguido y encontrado mil vidas antes, incluso mil vidas después, pero todavía no es momento de abrir esa puerta.


Cada instante del renacimiento que se materializaba se hacía inverosímil e imposible de relatar. Tampoco se puede describir, está prohibido. Es un secreto, de los que se cuentan debajo de las sábanas de las estrellas, debajo de los mantos de ilusión, de los velos de Maya. Esos secretos se cuentan entre el amrita, la ambrosía, y nubes; en una dimensión que parece el cielo pero está en la tierra. Es una dimensión a la que todos pueden acudir, pero sólo llegan los valientes, los que se desnudan de personalidad y se observan en silencio, contemplando la paz del Atman, ser eterno. Recordandose con gratitud, resucitando en el Paramatma, el alma suprema, y dejando que ésta se exprese a través de las capas, Jivatman, las capas de ilusión, de estrellas, de gatos, y de secretos que se pronuncian en lenguas en las que sólo se comunica el Gran Espíritu, Wakan Tanka.


Cuando Anima salió en su nueva forma, atendiendo el impulso que le despertaba la presencia de Animus, lo tocó y descubrió que se estaba tocando a sí misma. La piel que revestía a Anima era la piel de Animus. Animus besó a Anima, y se besó a sí mismo. No se pronunció el lenguaje secreto, pero Anima saliendo de su ilusión y despertando entendió que Animus la estaba esperando. Se veían a si mismos a través de los ojos del otro. Se miraron en silencio, con respeto. Anima batió sus alas y las nubes al rededor se corrieron abriendo un camino que empezó a crearse a medida que caminaban. No hicieron preguntas, aunque si las tenian, las dudas se disipaban como las nubes abriéndoles el camino. Caminaron como uno, caminaron como dos. No importa, son eternos. Parecía que el camino les agradecía a ellos por crearlo. No existe nada antes, ni existe nada después. Anima y Animus se trenzaron como el ADN, como la Kundalini, infinitos, llenos del otro. Sin prisa, sin pausa, sin miedo.


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